Buscar este blog

domingo, 11 de marzo de 2012

Lo “complejo” produce incertidumbre; mayor complejidad aumenta este sentir.

¿Por qué nos gusta tanto simplificar las cosas en vez de reconocer la complejidad como una oportunidad de misterios indefinidos e inacabados? ¿Por qué necesitamos comprender todas las cosas, tanto en sus partes como en su totalidad? ¿Por qué nos cuesta tanto  aceptar lo imprevisto, lo impredecible, lo inacabado? “Al principio todo fue un caos…” así empieza el libro de Génesis, narrando a continuación la creación de Dios en siete días y como Él lo ordenó.  Siendo parte de esta creación en orden, estamos esclavizados a la necesidad de vivir en un mundo ordenado donde cada parte se justifica y se entiende por sí y en interrelación con los demás.
Por ello estamos en búsqueda permanente del orden, es decir de la verdad que nos hace comprender el origen y funcionamiento del todo y de todos, de tal manera  que nos podemos ubicar mejor de manera relacional, tanto en nuestros contextos cotidianos como en el contexto global de la sociedad mundial contemporánea.
Es por ello que no es fácil aceptar que la búsqueda del orden es una búsqueda sin fin, más bien es de forma espiral que camina luego de un cierto tiempo etapas parecidas de nuevo, siempre de carácter teleológico, consciente de que nunca llegará a una verdad final de carácter absoluto.
Aquí se establece el dilema del ser humano, que se encuentra en la dialéctica del querer y del poder, aún más en la dialéctica del posible deseo y de la imposibilidad de alcanzarlo. Esta tensión dialéctica produce dentro de nuestro ser incertidumbre, dudas, escepsis frente a lo que va a venir (porque no sabemos qué es) y tratamos con la perfección humana (que por supuesto siempre está fragmentada) de evitar estos sentimientos, tapando la realidad con nuestra capacidad de interrumpir los procesos de prueba de manera arbitraria manifestando así pseudo-verdades confiando en ellas como garantes absolutos de nuestra vidas.
Lo podemos observar en los diversos sectores de nuestra sociedad tanto en áreas seculares laborales como en áreas espirituales religiosas e/o ideológicas personales. Ningún ser humano está protegido de manera absoluta de no caer en este error de confiar en garantías engañadoras, producto de sí mismo,  que más bien reducen nuestras vidas a la dimensión humana y niegan cualquier existencia más allá, o sea cualquier realidad más compleja, todo esto sucede por el gran temor de la incertidumbre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario